Problemas

29 Abril, 2020

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Les voy a contar una historia que ocurrió allá por el año 2009, cuando decidimos apostar a tener otro ingreso de dinero para realizar el tratamiento para poder tener a las mellis. Nos estábamos moviendo por cielo y tierra pero cada vez se hacía más difícil. Con Jessica nos moríamos de ganas de ser papás, pero no encontrábamos la forma de lograrlo. En pocas palabras, teníamos un problema, pero no podíamos resolverlo. Sin embargo, una tarde pasó algo que me hizo ver las cosas de otra manera.

Por aquel entonces necesitábamos dinero y la imprenta no dejaba mucho, así que decidimos fabricar helado. Sí, así es, soy maestro heladero también, y voy a contarles algo cómico. Era un sábado de noviembre, con 29 grados de temperatura y un sol hermoso. El cielo estaba celeste y apenas se veían unas pocas nubes blancas. Mi hermano Leo, con la bici, llevaba pedidos. El teléfono sonaba, mamá atendía y anotaba. Jessica y yo preparábamos los potes, y de paso nos robábamos alguna cucharada. Ese día me cargaban porque también vendíamos helado de palito de crema, y había uno que tenía una carita amarilla, con pelo y barba marrón. Me decían que se parecía a mí. Al principio nos reíamos todos, pero después de un rato el chiste ya cansaba.

En un momento en que me encontraba solo, entró una señora de unos 35 años, rubia, alta, muy refinada para lo que era nuestra heladería.

– ¡Buenas tardes!
– Buenas tardes. Le digo yo.

Antes de continuar, les cuento un poco cómo estaba armada la heladería. Tenía dos entradas. Por la izquierda entrábamos nosotros, que atendíamos, y por la derecha entraban los clientes. A su vez, los clientes se apoyaban en una ventana, y por ahí los atendíamos. Ellos podían ver el cartel con los gustos y cuatro pozos de frío, donde guardábamos el helado. Los restantes cuatro pozos no los veían los clientes. Vuelvo a la señora. -¿Me das un cucurucho?- me dice la rubia.

En ese momento mi cara se transformó. Vuelvo a abrir un paréntesis. La que preparaba los cucuruchos era Jessica, yo nunca había armado uno. Sabía realizar el resto de las tareas, pero esa específicamente no. Y como dije antes, en ese momento Jessica había salido. Cierro paréntesis. -¿No preferís un cuarto? Por la misma plata te entra más helado-. Le sugerí.
-¡No! Te pedí un cucurucho-. Respondió firme.

Empecé a transpirar. No estábamos en momentos de perder clientes y mucho menos por un motivo así. La mujer no debía entender absolutamente nada. Con la frente sudándome y todo colorado:

-¿De qué gustos lo querés?- Pregunté. -Dulce de leche granizado y frutilla a la crema. Por favor, el dulce abajo y arriba la frutilla.

Con los guantes transparentes ya puestos, saqué el pote de dulce de leche que estaba enfrente de la clienta. Relleno el cucurucho y me voy hacia el otro lado de la heladería, donde está el pote de frutilla a la crema. Con mi mano izquierda tenía el cucurucho y con la derecha la cuchara con la que le iba agregando la frutilla. “¿Y ahora cómo le doy forma?”, pensé. Sin dudarlo demasiado, solté la cuchara y empecé a moldearlo con la mano cual castillo de arena, hasta que se viera como un cucurucho casi perfecto, de esos que sólo existen en los carteles de las heladerías.

Con mi mejor cara me acerqué a la ventanilla, se lo extendí a la clienta, que muy contenta me dijo:

-¡Es perfecto!
-Y sí, señora, son años-. Respondí con una sonrisa.

A veces hay que buscarle una salida a los problemas antes de empezar a sufrir por ellos. Ese cucurucho, en principio insignificante, me había mostrado que siempre hay una solución, tanto para quedar bien con una clienta como para la dificultad que teníamos en ese momento para tener hijos. Sólo es cuestión de tomarse un tiempo, confiar en uno mismo y saber leer el problema para que deje de ser problema.

JBLB 🦁