La Heladería

13 Mayo, 2019

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Muchas veces creemos que por tener un buen producto el éxito está asegurado. Que con la calidad que uno ofrece alcanza para alcanzar los objetivos, sin tener en cuenta que llegar a la meta es mucho más que eso. Plantar la semilla es sólo el primer paso de muchos que hay que dar hasta que por fin termina de crecer la planta.

En el año 2010 decidimos abrir una heladería. En ese momento teníamos la imprenta pero necesitábamos juntar un dinero extra para poder iniciar el tratamiento para tener familia. Sin experiencia en la materia, y sólo motivado porque unos amigos tenían un negocio similar, realicé el curso de heladero. Descubrí que era bueno y elaboré un limón que les encantó a todos. Incentivado por un producto que sabía que era óptimo, decidí potenciarlo. ¿Cómo? Lancé una promoción de helado de limón junto con un champagne gratis. Llamé a San Juan y encargué mil botellas. Sentía que era esperar y que la gente me sacara el producto de las manos. El resultado fue inesperado: vendimos diez promociones, a diez botellas las tomamos, cinco botellas se rompieron y las 975 restantes las tuvimos que devolver.

La experiencia me dejó una enseñanza para toda la vida: nunca hay que subestimar al mercado. Por más que uno crea que es bueno en un determinado negocio y tenga un buen producto para ofrecer, antes debe pensar y analizar todas las alternativas para que ese producto funcione, como así también saber escuchar y atender las necesidades del cliente.