La Casa Que No Fue

6 Mayo, 2021

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Allá por el año 2002 estábamos con Jessica en la imprenta peleándola como siempre, comprando siempre la Revista Segunda Mano para ver qué podía aparecer. Desde ya en nuestra cabeza el sueño de la casa propia no existía. Hasta que un día Jessica me dice “conseguí una casa”, gritando de alegría! “¿Para alquilar?”, le pregunto yo. “No, para comprar”, me dice ella, “y nos lo dan a pagar en cuotas”.

En ese momento vivíamos en San Martín, provincia de Buenos Aires, en una casa que se usaba antes para velatorios. No teníamos calefón, usábamos una garrafa para cocinar, y ella me venía con esa noticia. ¡No entendía nada! “Queda en Tigre”, me dice, lo cual me pareció bárbaro. “Sí, pero en la isla” me dice, pero igual mis ganas de tener casa propia eran tantas que le dije que fuéramos a verla. Nos tomamos el 343 cartel verde creo, dos horas de viaje, bajamos y tomamos una lancha colectivo una hora más. Después de tanto viaje por fin llegamos, silencio absoluto. El de la lancha antes de irse nos dijo que estemos atentos que en una hora más pasaba la última lancha y sino nos quedábamos ahí varados. Resumiendo, la casa estaba bien pero cómo hacíamos para llevar la imprenta hasta la isla. Me imaginaba trasladando las máquinas en lancha, los perros, era una locura.

Hoy me río pero la necesidad nos llevaba a pensar cualquier decisión. Queríamos tener algo propio, sin mirar dónde ni cómo. Era triste no ver el futuro pero garras no nos faltaban. Pensábamos la idea para llevar el plan adelante, cómo entregar los trabajos o por ejemplo qué pasaba si un cliente pedía conocer la imprenta. No le podíamos decir “dale, veinte a la isla que en tres horitas estás”, jaja. Así que nos miramos y dijimos “no, no podemos hacer esto”. Pero lo pensamos, nos atrevimos como siempre a todo sin miedo y sin medir las consecuencias, pero esto ponía en riesgo nuestra única fuente de ingreso. Yo siempre le decía a ella, “algún día vamos a ser millonarios” aunque no tuviéramos para pagar el alquiler. Hasta que un día llegó ese llamado. Todavía tengo en mi cabeza el sonido del teléfono cuando llamó Emanuel de Villegas, lo atendí y me preguntó si vendía pantallas de LED aunque yo no tenía ni idea lo que eran. “Sí, obvio”, le dije, “mañana te paso un presupuesto”. Luego miré a Jessica y le dije “¿qué es una pantalla de LED”? Y miren hoy, menos de diez años después, nuestras hijas ya tienen su hogar, su techo asegurado, y llevamos instaladas más de 1.500 pantallas en 11 países. Hoy trabajan muchísimas personas con nosotros mientras escribo esto sentado solo en un restaurante de hotel porque no hay nadie alojado en este momento tan difícil que estamos pasando. Hoy recuerdo a mi papá y a Jorge que ya no están. Pero ¡presente! Algunos me dicen que para qué tantos viajes, pero mi respuesta siempre es la misma. Mi sacrificio es la felicidad de muchos y la alegría de todos. Porque desde ese día de querer tener una casa propia que no se concretó hasta hoy llegar a donde estoy pasé por muchas cosas. Y tengo que seguir para que muchos otros cumplan sus sueños. Sueños que yo no pude soñar pero que hoy vivo y puedo ayudar a muchos a sentir lo que con Jessica sentimos al abrir la puerta de la casa propia. Esa sensación no se puede describir con palabras, solo con sensaciones.

Creo que somos ejemplo de que todo se puede y no hay nada imposible en esta vida, solo llamar al destino y jamás, pero jamás, sentirse derrotado. Te lo dice uno que caminó y camina por todos los obstáculos que puedan existir. Tenés que ser atrevido. No te escondas, afrontá el fracaso y arrancá de nuevo hasta que dejes de existir en esta vida. Mientras estés vivo y respires, jugátela, que si barajás bien ¡te tocan los dos comodines para ganar!

JBLB