Aprender

5 Abril, 2021

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Recuerdo de mi infancia cuando iba al colegio con el guardapolvo blanco y llevaba mi portafolio de cuero marrón con un cierre en el medio y dos correas a los lados sobre dos bolsillos grandes. Tenía mi caja de fibras Sylvapen de 12, la plasticola y el papel glasé. También el álbum de figuritas de King Kong que llevaba a todos lados para jugar a la tapadita con los compas. Ni que hablar de mi vasito retráctil para tomar el mate cocido que servían las maestras con esas jarras de plástico verdes y anaranjadas. ¿Por qué recuerdo esto? Ayer me crucé con esta foto que me llevó a recordar mis viajes a Costa de Marfil, en su capital Abidjan donde tengo la empresa. Yo llegaba y me instalaba en un hotel 5 estrellas. Allí, comparado con lo que viví de chico, tenía los más ricos desayunos, pero muy pocas veces los tomaba. Prefería irme a la oficina y compartir con mis compañeros el pan, croissant, manteca y café. Ellos felices de hacerlo conmigo, y me hablaban sin parar en francés, por más que yo no entendía lo que decían si no tenía a mi traductora. Igual me ponía feliz, sus caras demostraban alegría al vivir juntos ese momento, con “el león blanco”, como me dicen allí.

Yo siempre voy para adelante, desafiando toda clase de estructura, de estilo, de formas. Fui a un país del que poco conocía y el primer día ya vendí una mega pantalla en una iglesia. Iluminé Costa de Marfil con pantallas de LED, lo que todavía hoy me resulta increíble. ¡No puedo creer lo que logré en África!. Fueron seis meses de viajes seguidos, con una cultura totalmente diferente a la nuestra, pero ¿saben por qué triunfé? Por mi forma de ser. De aquel niño que tomaba mate cocido con los chicos, a sentarme todos los días con mis empleados y hacer lo mismo. Compartir y hacerlos sentir parte de todo. Para ser buena persona hay que predicar con el ejemplo, hacer lo que no todos se animan.

Nadie imagina lo que son mis viajes, muchos me dicen que pierdo mucho a no estar con mis seres queridos pensando en los negocios, pero esos mismos no me ven llorando a la noche en los hoteles, o bajoneado en los aeropuertos. No me importa, sé que puedo hacer feliz a mucha gente generando trabajo en Argentina y en cualquier lugar del mundo. Nunca hay que tener miedo de hacer, de dar. Muchas cosas dependen de uno. Muchas veces nos puede ir mal, pero también tenemos que ser conscientes que un día lo vamos a lograr. Cerrá los ojos y poné todo al 0 verde, después abrilos y si sale, gritá fuerte. Y si no sale, volvé a jugar. Sin miedo al fracaso, sin miedo a no tener. Los que nada tuvimos y hoy tenemos, sabemos que la vida puede cambiar en un segundo.

Yo no sirvo para dar consejos, pero sí intento mostrar un camino, que es difícil pero al final hay recompensa. Sañalame a mí y pensá, si él pudo yo también puedo, sin perder nunca la esperanza.

JBLB.